Es domingo.
Lo sé, porque llevo puesto mi vestido con flores y no la bata de siempre.
Me gustan los domingos, aunque hubo uno que no me gustó. Ese día desperté con el lecho lleno de sangre y el vientre vacío.
Mejor no pensar en ello.
Siempre soñé con ser madre, muy seguramente, por la imposibilidad que parecía tener mi cuerpo para afrontar tal menester. ¡Como si el cuerpo supiera lo que quiere el alma!
Mis manos empiezan a temblar.
Mejor no pensar en ello.
Me peino en silencio. A él le encanta cuando me recojo el cabello en una cola de caballo. Me hace doler la cabeza, pero no sé decir que no.
Me miro al espejo y lo veo... el cabello blanquecino que cubre toda mi cabeza. No soy yo. ¡No soy esa!
¡No puede ser!
Si hace apenas unos días que desperté a tu lado sin saber pedir ni dar perdón.
Tenía veintisiete y ahora que miro mi reflejo no entiendo bien qué pasó.
Las manos temblorosas y el recuerdo desbloqueado de todas esas veces en las que callé que estaba jodidamente triste, porque dijiste que era mejor no pensar en ello.
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