Mi hermana Gabriela perdió la vida con veinte años. "No quiero estar loca", decía la nota que encontramos junto a su cuerpo inerte, rodeado de un montón de pastillitas bicolores; y no, no fue un suicidio, a Gabriela la mataron los estigmas.
A veces suelo imaginarla, como ahora. Está regresando del trabajo; planea en cuanto llegue a casa darse una ducha y arreglarse lo más aprisa posible, pues tiene cita con su psicóloga personal y lo que menos quiere es llegar tarde; luego, quizás, se apunte a la salida que han planificado sus amigos; o simplemente se quedé en la habitación, releyendo su novela favorita.
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