Los artículos sobre el estrés o la vertiginosidad de la vida moderna siempre van acompañados por una foto de stock de una persona presionándose con fuerza las sienes. Los modelos suelen tener los ojos cerrados, a veces con cara de intenso dolor y otras con resignada contención. Al verles siempre me imagino que, agotados de todo, están intentando arrancarse su propia cabeza con todas sus fuerzas, pero son incapaces. Pienso que, aunque solo fuese un rato, quitarse la cabeza estaría muy bien. Pero en realidad, lo que me gustaría es que mi cabeza fuera transparente como una pecera y cualquiera pudiese ver lo que pasa dentro. Todo sería mucho más fácil. No tendría que dar explicaciones ni poner excusas. De un solo golpe de vista, la gente entendería lo que me pasa. No tendría que explicar por qué no me puedo levantar de la cama, por qué me tengo que ir de esa fiesta si acabo de llegar. Podría, por una vez en la vida, estar con la psicóloga en silencio. Pero mi cabeza no es transparente, y dudo que ningún inminente avance científico vaya a hacerlo posible, así que no voy a tener más remedio que seguir buscando palabras.
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