Despierto sumido en un vacío existencial, preguntándome por qué levantarme. Atrapado en pensamientos oscuros, encuentro un momento de alivio en el ritual del café. Su fuerte aroma me devuelve temporalmente al presente. Tras un sorbo, la realidad vuelve a imponerse, recordándome la falta de propósito.
Salgo a la calle, encontrando tranquilidad en el amanecer silencioso. En una parada de autobús, una desconocida captura mi atención, ofreciendo un breve momento de conexión humana antes de desaparecer en la multitud. Esta interacción fugaz me deja reflexionando sobre la posibilidad de volver a sentir algo así.
En un café, la música suave proporciona un escape momentáneo de mis pensamientos. Pero al igual que la música, este respiro es efímero. Vuelvo al trabajo, sintiéndome útil pero atrapado, luchando por mantener a raya mis pensamientos.
Al final del día, agotado física y mentalmente, busco refugio en el sueño, pero incluso allí, mis preocupaciones me siguen. Me quedo pensando si algún día encontraré un camino hacia una vida donde mis pensamientos y emociones coexistan en armonía.
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