Hacer aquel voluntariado fue una de las mejores decisiones de su vida.
Ayudar a aquellas personas sumidas en la desesperanza, sin esperar nada a cambio – tan solo una sonrisa o quizás una palabra amable- le llenaba el alma.
Ella misma se había visto en el otro lado, en el lado del dolor, de la desolación, del querer escapar de una vida que nunca se lo puso fácil.
Unos padres que no pudieron criarla, centros de protección de menores, una familia de acogida con la que no congenió y vuelta a los centros, mayoría de edad y precariedad laboral, matrimonio joven con malos tratos…
Perfecto caldo de cultivo para que su salud mental se resquebrajara Un día explotó, todo saltó por lo aires y quiso acabar con todo.
Intento fallido. Quince días de hospital.
Allí encontró una luz, una enfermera (o un ángel, qué sé yo) la puso en contacto con aquella asociación donde encontró personas que no la juzgaron, que la ayudaron, sin más, porque sí.
Y ahora ella estaba al otro lado de la asociación, ayudando, cuidando, mimando, siendo luz para otras personas. Y de pronto… la vida parecía tener sentido.
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