Esperanza volvió a casa de su madre tras graduarse en música. La incertidumbre en que se hallaba sumida, a consecuencia del desempleo tras años de esfuerzo, le había llevado a la soledad y la depresión.
Una mañana se sentó al piano y comenzó a tocar su canción favorita. Cada nota vibraba con la tristeza de su corazón. Desde la habitación de al lado, su madre, María, percibió la música; se acercó para sentarse a su lado y ambas dejaron que la música hablara por ellas. Al terminar, María compartió con Esperanza su propia historia de lucha contra la oscuridad y cómo había encontrado la fuerza para seguir adelante a pesar de la esquizofrenia.
Los días siguientes Esperanza y María compartieron momentos sencillos: paseos por el parque, charlas nocturnas y meriendas de tortitas con caramelo. Con el tiempo, las sombras que asolaban a Esperanza comenzaron a ceder ante el amor y el apoyo de su madre. Las notas tristes fueron reemplazándose por acordes de esperanza y superación.
La historia de Esperanza y María se convirtió en un recordatorio de la importancia de tratar a las personas como individuos completos, más allá de las etiquetas y estigmas asociados a la salud mental.
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