Lo miró a los ojos como tantas veces. Parecía una hoja ceca en una tormenta. Estaba frente él sin que este pudiese verle. Quería gritarle que no se rindiera, quería evitar lo predecible, pero en sus ojos notaba la misma ausencia de esperanza. El chico se lanzó al vacío y su observador despertó en la cama del hospital. El mismo sueño recurrente.
Siempre que estaba a punto de morir podía verse. Fue el cuarto intento y volvería a hacerlo, solo era cuestión de tiempo. Eso era a lo que más temía, que tarde o temprano ese momento llegaría. Se volvería ver, sin poder hacer nada por sí mismo.
—No tiene por qué volver a ocurrir —le dijo un paciente su lado—. Todos nos hemos visto así alguna que otra vez, pero siempre hemos podido evitarlo, gritando con todas las fuerzas para que esa persona sin rumbo entre en razón y comprenda que todos, absolutamente todos, estamos perdidos y lo único que nos mantiene cuerdos es la disparatada idea de no dejar de caminar.
Un paso a la vez, nunca lo olvide. Así caminamos todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario