El espejo dibuja una caricatura que subraya mi nombre. Esa diosa herida porta mis carnes y tiene mi voz, pero no es todo lo que soy.
Mi identidad no vive tras una imagen huérfana de comprensión, mis sueños ya no permanecen aprisionados bajo los poros, mi corazón ha dejado de ser un receptor de los juicios a ambos lados de esta piel.
¿Cuánto pesa la imperfección? ¿A qué volumen grita una voz rota?
Los fantasmas sociales se han despertado en mi interior durante años; quimeras propias han ejercido de verdugos en los días de negra pesadez. Y a pesar de los laberintos del alma, hoy no permito que el frío de la culpa y las cenizas de la indiferencia calen mi verdad. Hay vida más allá de los ojos en los que late la oscuridad humana.
He descubierto que mi historia pesa lo suficiente para recitarla sin miedo. Merezco vivir primaveras y aceptar los besos del sol, agradecer los inviernos previos y las cicatrices que susurran compasión, darme la mano al florecer exenta de competiciones.
Existe belleza en la cruda valentía de no ser otra.
Al fin veo luz: reconozco la rosa que siempre he sido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario