―Entonces, ¿cómo la definirías? ―preguntó la terapeuta. Hizo girar el boli entre los dedos y provocó un silencio.
Con el paso de los años la joven paciente había aprendido a identificar estos silencios, como había aprendido a leer en las caras una miríada de intenciones veladas.
La terapeuta continuó observándola, no con los ojos de la indulgencia sino con los de alguien que abrazaba sus diferencias. Pertenecía a ese raro grupo de personas fuera del espectro capaces de tender puentes y transitar entre ambos mundos.
―Es… como una manzana ―siguió la joven―. No cualquier manzana: una grande, y roja; una Stark, de las que brillan en los escaparates de las fruterías cuando empieza la temporada. Pero contiene una larva, insignificante al principio; silenciosa, que poco a poco se va haciendo más y más grande. Excava túneles, galerías, y su interior se vacía. Entonces te das cuenta de que nunca has sido una Stark, sino una Fuji, o quizás una Red Delicious… ―Su terapeuta sonríe, sabe que categorizar le aporta seguridad―. Pero para el resto del mundo sigues siendo una Stark, grande, roja, de las que brillan en los escaparates de las fruterías cuando empieza la temporada…
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