Se convocó en Nynnes un concurso de ideas para hacer disminuir el número de suicidios de la zona, el más elevado de todo el continente. El sustancioso premio atrajo a más de un millar de participantes. El comité encargado de la preselección se decantó por diez finalistas, cuya lista fue comunicada al jurado, compuesto por eruditos de varias disciplinas, para que deliberase sesudamente. La decisión fue unánime: la eficacia sería el criterio definitivo. Tras nueve meses de aplicación práctica el presidente otorgó el premio al frasco salutífero. Con su aplicación se había logrado reducir el número de suicidios en un ochenta y ocho por ciento. Nada más sencillo que abrir el frasco y dejarlo en cualquier rincón de la casa para que su contenido fuese invadiéndola, poco a poco. El inventor aseguró que los efectos de cada frasco se alargaban por espacio indefinido. No tuvo reparos en desvelar el secreto de su contenido: rayos de sol envasados artesanalmente en las costas mediterráneas españolas mezclados con aire respirado por personas no tóxicas, de las capaces de sacar lo mejor de aquellos con los que se relacionan hasta el punto de incrementar su autoestima hasta altas cotas.
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