Laura, desnuda, reflexionaba frente a su reflejo, convencida de que su crítico más implacable era aquel hermoso espejo con bordes ondulados de madera fina. Decepcionada por lo que veía, en un arrebato de frustración, elevó el puño y lo estrelló contra el espejo. El cristal se rajó, pero continuó reflejando el odio que sentía hacia sí misma.
Durante meses, la acosó un deseo constante de soledad que la alejaba de todos. Esta sensación, en contubernio con su distorsionada percepción de su físico, parecía empujarla al abismo. Deprimida, una mañana, después de haber intentado quitarse la vida, tuvo la sensación de haber tocado fondo. Algo en su interior cobró sentido. Sabemos que cuando somos conscientes de haber tocado fondo, podemos aprovecharlo para impulsarnos hacia arriba con tanta fuerza como queramos.
Decidió dejar atrás la oscuridad que la había consumido; sentía la necesidad de aprender a amarse a sí misma, preocupándose por las cosas que son realmente importantes. Entendió que el físico no definía su valía, y su viaje hacia la autoaceptación se convirtió en una epopeya de transformación personal, superando obstáculos y recuperando su autoestima. Ahora el espejo roto reflejaba la belleza de un alma que había encontrado la paz consigo misma.
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