Era sábado. Sin levantarse de la cama, revisó rápidamente todas las publicaciones de los otros: viajes, eventos, adrenalina… Desayunó, triste, alternando la mirada entre todos los vacíos que tenía frente a sí: el del café, que le parecía vomitivo; el del exterior, que le parecía insultante -estas mismas fachadas y personas… en Tailandia o Brasil…cobrarían sentido, justificarían su existencia y no habría que avergonzarse de ellas, pensó-, y el de su interior, ya fallecido y que le parecía repugnante. Se maquilló y arregló, buscó en google una cita impactante y publicó: No pidas disculpas por conseguir comerte la vida, bajo una foto de sí, sonriente y exultante. Comenzó, entonces, la lluvia de likes de sus miles de seguidores.
Seguidamente, apartó con desgana su móvil, se desmaquilló y extrajo del armario ese atuendo bajo el que nadie la reconocía: zapatillas deportivas, vestido barato y peluca. Salió de casa, caminó unas manzanas, cruzó un umbral y pasó a una sala. Allí, dio los buenos días con esa voz impostada y se sentó junto a un grupo de personas, que aguardaban formando un círculo. Al poco, alguien apareció y dijo: buenos días y bienvenidos a nuestra décima sesión sobre la prevención del suicidio.
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