Cada semana como ritual esperaba fumando un cigarrillo antes de la terapia, antes de sentir ese torbellino de emociones y el micro mundo generado en ese breve pero intenso lapsus de tiempo.
Llegó por recomendación. Alguien le dijo que hablara con un experto de lo que ronda en su cabeza constantemente. Difícil elegir en quien confiar y que no juzgara sus entrañas como si diseccionara una rana en un laboratorio.
Desde la primera sesión sintió comodidad, sentía que podría escudriñar su mente y quizás poner orden. Pasaba los días apagada. Cómo si una pausa se activara al salir de terapia y se activara con el cigarrillo antes de entrar.
Pensaba que no volvería a sorprenderse por nada, que nada sería capaz de sacarla de su anhedonia tan parte de ella, decía que todo había perdido color, aunque esperaba que no fuera así. Le sorprendió ese burbujeo que empezó a fluir en la primera sesión y se extendió inundándolo todo. Pensaba de manera tan consciente que el automático había desaparecido. Captaba toda su atención, le recordaba aquellas sensaciones de hacía años, recordaba por qué había elegido esa profesión.
Fue así como una adolescente perdida le devolvió la ilusión por ser terapeuta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario