Querida hermana,
Sé que estás cansada. Harta.
Que ya no puedes dar un paso más.
Antes que tu mente, ya lo supo tu cuerpo. Hundiéndote poco a poco entre tus hombros, como si estuvieran desechos. Los pies se arrastran por el cemento. Tus ojos evitan mi mirada. Por miedo a que te los lea y descubra tus monstruos, tus pensamientos.
No sabes por dónde empezar.
La mochila que cargas a tu espalda se hace cada vez más pesada y gris.
Te has visto al borde del abismo demasiadas veces.
Has mirado frente a frente, al vacío.
Has querido caer.
Has querido escapar de aquí.
Pero, querida hermana, yo compartiré el peso. Escucharé todo, aunque no entienda nada, aunque no sepa bien qué decir. Me desviviré, te cuidaré, te apoyaré junto a mí.
Sé que no puedo desenredar el ovillo de tu cabeza. Sé que no puedo hacerte feliz.
Pero sí puedo sentarme a tu lado.
Y llorar, y gritar, y reír.
Sé que no puedo sacarte del precipicio. Sé que no quieres que tire de ti.
Pero sí puedo darte la mano y contar fantasmas hasta que dejen de existir.
Querida hermana, sé bien que te quieres marchar, pero yo no puedo dejarte ir.
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