-Aquel día reímos a carcajadas.
-A mí que me importa, sólo quiero quitarme de en medio y que todo esto acabe.
-Perdona Ainhoa, creía que te apetecía hablar de algo agradable –le respondió Antonio con infinita ternura.
La adolescente miró al desconocido como si fuese el culpable de aquella dantesca situación, él la miró como si fuera su hija, tendrían más o menos la misma edad.
Ainhoa se encontraba encaramada a la barandilla oxidada de cualquier puente olvidado, él le tendió su anorak al verla tiritando, mientras le explicaba con cariño que no sería agradable morir, y mucho menos con frio.
Ella lo aceptó y comenzaron a hablar de cómo se encontraban cada uno en su particular existir.
Antonio fue siempre una persona que sabía escuchar y Ainhoa era lo que necesitaba en ese preciso instante, que la escuchasen.
Pasaron los años y ambas familias celebraban el día en que se encontraron en aquel puente como si de un cumpleaños se tratase. Con el tiempo Ainhoa se tuvo que despedir de un Antonio que cedía ante el implacable tiempo, en su última tarde ella le arropó para evitar el frio y ambos rieron mirándose a los ojos.
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