Imposible levantarme de la cama. Todo es negro. Los pájaros chirrían.
Al tiempo, la paleta se tiñó de grises. Paulatinamente, llegaron los colores pastel. Después, colores vibrantes. Hasta que un buen día, un rayo de sol ahuyentó el invierno glacial y eterno de mi rostro. Sonreí. Una alegre melodía invadió mi alma. Carcajadas.
Sara las había tenido enjauladas.
Sara y yo nos conocíamos de toda la vida. Con algo de suerte, la perdería de vista después del colegio. Ni siquiera estudiaríamos lo mismo. Era pan comido.
Bienvenida a la facultad. Por arte de magia, allí estaba Sara. Era víspera de exámenes mientras me susurraba… ¡inútil, inútil! Quería con todas mis fuerzas que me dejara tranquila. Pero no callaba.
Por fin, oposición aprobada. En mi primer claustro de profesores, una chica me resultó familiar. No podía ser. No quería que fuera.
Persecución constante. Empapaba de negatividad todos los asuntos de mi vida. Me incitó a pensar que era mejor dejar de sentir. Dejar de ser.
Un día, una psicóloga dio una charla a los niños de mi tutoría. Absorta, decidí hablar con ella.
Y entonces, Caro.
Suena el despertador. Me levanto. Escucho el trinar de los pájaros.
¡El mundo es bello!
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