domingo, 1 de marzo de 2020

Sombras de nubes FINALISTA DEL CONCURSO EN SU EDICIÓN DE 2020

Era diciembre. El frío, una telaraña invisible y opresora.


Todo mantiene un delicado equilibrio. Abrir una puerta puede provocar una corriente que eche por tierra el trabajo de construcción. De reconstrucción, para ser exactos. Durante semanas fui a clase con normalidad, pero una mañana levanté la persiana y todo estaba gris, un gris compacto y espeso que me abrumaba con solo mirarlo. Decidí volver a la cama.

-Eres demasiado tiquismiquis, -dice mi madre-; yo a tu edad ya había hecho muchos kilómetros. 

-Déjala, -la reprende papá-. Es más sensible que tú, más frágil. Es complicada la salud mental. No todo es correr y llenar la barriga.

Para mi madre todo lo puede vencer la fuerza de los actos: basta con levantarse y entregarse a la rutina, llamar a algunos amigos o algunas amigas, tomar unas copas, echar unas risas,... Y al día siguiente todo estará en orden.

Papá lo entiende de otro modo, se queda en silencio, mirando pasar las nubes en la ventana. Con la mano asienta su pelo color ceniza. Le traerán recuerdos. Ella nunca mostrará una cana y, si mira por la ventana, esas nubes sólo representan lluvia, agua en los pantanos, incomodidades,...

Así que cuando me encierro en mi cuarto a oscuras y no quiero hablar con nadie, ni ver a nadie, ni amar a nadie, cada uno lo entiende a su modo. O no lo entiende.

Rober, un día dejó de llamarme. Cuando tuve ánimo para llamarlo yo, se disculpó atacando. Me recordaba a un perro acorralado:

-Sí,… ya,… verás,… yo,… No hay quien te entienda. Un día todo va bien y al siguiente no coges el teléfono. Mejor dejarlo así, no tengo por qué aguantarlo. 

Mi madre se afana en la cocina, me sube un plato de comida o un pastel. Quizá es su manera de demostrar afecto:

-Come, -dice-, no hay ningún disgusto que no se pase con un estofado. O con el chocolate. Además, las pastillas no pueden caer en el estómago vacío.

En vez replicar, la ignoro. No quiero enfadarme, aunque me duele ese afán de reducirlo todo a la sencilla lógica de las cosas tangibles. Nunca va a entender que no es un simple capricho de niña malcriada.

Si papá está en casa, y tiene ánimo para subir, se sienta a los pies de la cama, junta las manos entre las rodillas, baja la cabeza. Guarda silencio o procura hablar de cosas que no nos atañen, que nos son lejanas:

-Hay un tipo en la India, -comienza a contar-, que es capaz de memorizar miles de matrículas. Lo ponen junto a la carretera y, al cabo de varias horas, puede recordar las matrículas de todos los coches que han pasado. La cabeza tiene facultades sorprendentes.

Entonces me mira, y yo lo miro, porque hasta las cosas más lejanas nos devuelven a lo más próximo, al sorprendente funcionamiento de las cabezas. Y entonces sí, ya es inevitable, hablamos de estas cosas que nos atañen, estas sombras que nos dejan las nubes.


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