Muy a pesar de la zozobra emocional que le atenazaba, Mario hizo gala de su capacidad reflexiva, para, en un momento de lucidez, comprender como la forma en la que vivía su sexualidad de un tiempo a esta parte le podía hacer sentirse tan sucio y vacío.
Si bien en un primer momento valoró acudir a un profesional que pudisiese un poco de orden en su desaforada y desordenada líbido, al final imperó el sentido común más elemental y recordó el tiempo en que estudiaba en un colegio de curas, y las veces en que el mossen le llamaba a la capilla pidiéndole que realizase un exámen de conciencia antes de soltarle sus rollos morales a un adolescente imberbe que nada sabía aún de la vida.
Si bien, Mario prefiríó tomárselo como un viaje introspectivo hasta lo más profundo de si mismo para encontrar y reconocer abiertamente, y sin tapujos las causas que habían hecho que se sintiese tan desdichado.
En ese ejercicio sincero descubrió que por mucho que los tiempos cambien con los años, y con ellos la sociedad, las personas deben mantener siempre su identidad y su código moral férreo.
Mario se dio cuenta de lo engañado que estaba viendo como normal algo que sin duda no lo era.
No era normal; por mucho que hubieran evolucionado las tecnologias, tener clasificados en decenas de marcadores en su ordenador cualquier escena pornográfica que alguien se pudiera imaginar por muy retorcida que fuese: incesto, zoofilia, sadomasoquismo.
Era tóxico y peligroso asumir las relaciones sexuales en las que ha de imperar implicitamente la dominación del hombre sobre la mujer para poder reafirmarte así como macho alfa, por mucho que nos vendan esos estereotipos en la inmensa mayoría de los vídeos pornográficos.
No era normal salir de copas a los treinta años y cada vez que conocía a una chica marcarse acostarse con ella como objetivo prioritario, y tras reflexionar sobre estas y muchas otras cosas sentir como se humedecían sus ojos y brotaban las lágrimas como un chiquillo enrabietado; mientras pensaba que estaba solo unicamente por su culpa, y en la cantidad de maravillosas chicas que había dejado escapar de su lado por actuar y pensar como un becerro en celo y no como una persona.
Al final de ese momento tan difícil Mario se sintió feliz, en paz, liberado y orgulloso de si mismo por haberse podido quitar la venda que tenía en los ojos y que tantos otros tienen con el rótulo "normal" cuando no lo es.
Mario se juro a si mismo que jamás volvería a marcarse el sexo como un objetivo sino como un complemento y que no quería volver a sentirse así nunca mas y pediría ayuda profesional por muy tímido que fuese.
Mejor vergüenza que sufrimiento.
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