Meses después de que Antonio se graduara como licenciado en educación física, se encontró con una mujer de unos treinta y cinco años, que andaba repartiendo hojas de vida en toda la ciudad. Había venido desde un pueblo confinado al otro lado de la cordillera, asolado por los enfrentamientos entre varios grupos armados y le contó que era fisioterapeuta graduada, pero que llevaba seis meses sin trabajo.
-Creo que somos casi vecinos. Mi deseo es empezar a formar grupos de paz.
Le contó que tenía un grupo de treinta personas y la semana pasada empezamos en el solar de una de las casas a realizar algunas prácticas. Tú podrías reunir personas de tu sector y conformamos un grupo más grande.
Hablaron entonces de las posibles dificultades que presentaba el proyecto; en el sector en donde vivía Antonio, estaban radicadas algunas familias que colaboraron con algunos grupos en conflicto, que eran enemigos de las que habitaban en el sector en donde vivía Rubiela.
La primera vez que se reunieron, el cura párroco de la iglesia más cercana, les envió un mensaje, ofreciéndoles un espacio en la casa cural, que aunque no era el más adecuado, podía albergar hasta cincuenta personas haciendo actividad física.
Una calma expectante invadió el recinto, cuando fueron llegando poco a poco los invitados; rostros parcos, con pocos gestos y muchas señales de poca vida; hombres recios, con el estigma del martirio evidentes en sus ademanes; mujeres con apariencia maltratada, pero con brillos tenues de esperanzas en sus ojos; personas mayores con la carga del resentimiento en las espaldas encorvadas y hasta uno que otro, con ganas de reírse, pero sin decidirse.
Antonio y Rubiela, estaban tranquilos y cuando la música empezó a sonar, los movimientos tímidos de algunos y un poco más decididos de otros, fueron tomándose el recinto e invadiendo todo el ámbito posible a su alrededor; los ritmos escogidos apuntaban a las regiones de dónde venían y su efecto nostálgico, pero con un propósito de recuperar un poco el arraigo perdido, empezaba a calar y en un momento alguna de las mujeres, se desprendió del grupo y salió del espacio, desparramándose en un torrente de lágrimas conmovedoras que obligaron a Rubiela, a sentarse con ella y tratar de calmarla.
-Esa música sonaba en la fiesta el día que mataron a mi marido. Me recuerda esa noche tan horrible.
-Piensa que acá, te va a beneficiar tu salud.
No era tan fácil olvidar, para los que vivieron aquellos tiempos y sufrieron fracturas familiares, muy difícil de recomponer con el paso de los años.
Al final de la primera sesión de dos horas, algunos se fueron sin despedirse, pero otros se acercaron a los dos instructores y manifestaron su agradecimiento y su esperanza de una vida mejor.
Era el inicio de un recorrido de algo tortuoso, que apenas empezaba, pero que podría aliviar tantas tensiones, en medio de una vida que debía seguir su curso, por senderos que muchas veces aquellas personas jama había imaginado.
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