Aquel día, tras salir del despacho del director, sus amigos corrieron a preguntar por lo que había pasado. Una de las profesoras le había escuchado vomitar y llorar desconsolado varios días en los servicios entre clase y clase.
-Creen que tengo anorexia o algo así- les dijo a sus amigos de confianza. -Van a llamar a mis padres-. - ¡Pero si eso son cosas de chicas y tú estás perfectamente! - le decían la mayoría.
Con el paso de los meses, la enfermedad de Borja se hacía cada vez más evidente a los ojos de los demás. Los kilos desaparecían de su cuerpo al mismo tiempo que su autoestima, que terminó por convertirse en hormiguita.
Comenzaron los ingresos hospitalarios y fue entonces cuando, los que eran sus amigos, empezaron a creerse algo. No exactamente el diagnóstico en sí, pues les parecía inverosímil, sino que Borja había cambiado, se había vuelto rarito y se había encerrado en sí mismo. Al final, poco a poco, fueron desapareciendo de su vida.
Le diagnosticaron anorexia nerviosa, una enfermedad mental sobre la que el mundo aún no tiene conciencia real de lo que es. Borja tuvo que convivir con muchos prejuicios fuera de cada uno de sus ingresos. "Eso son cosas de mujeres", "No estás delgado, es imposible que tengas eso", "Lo haces por llamar la atención", "Estás muy delgado, pareces un anoréxico", "Lo que te pasa es que estás mal de la cabeza", "Tienes que comer más, muchacho".
Esos y un largo etcétera son comentarios con los que tienen que lidiar día tras día la personas que sufren esta enfermedad mental tan dura y difícil de superar. Mientras ellos/as luchan constantemente con el monstruo de su cabeza, no les queda otra que soportar los prejuicios de la gente, que siempre se creen con el derecho a opinar sobre todo.
Llegó un momento en la vida del chico en el que sólo se sentía cómodo en el hospital, rodeado de, lo que entonces eran todo niñas y adolescentes, que entendían perfectamente por lo que estaba pasando y empatizaban con él. Les daba igual que fuera un chico y no una chica, entendían que la mente es de las personas y no tiene género. Que cuando el monstruo llega, no te pregunta si te llamas Lucía o Borja, sino que se instalada en tu interior y empieza su guerra contra ti mismo.
Compartir habitación con él fue de las mejores cosas que me pasaron en el hospital. Siempre tenía bromas que hacer o se le ocurrían juegos absurdos con los que pasar aquellas tardes que se hacían eternas. Hoy, Borja, sé que donde quiera que te encuentres estarás feliz. Sé que aún observas desde allí nuestras reuniones y te hace feliz que empaticemos los unos con los otros e intentemos echarnos un cable. No me dio tiempo a despedirme de ti, pero me acuerdo cada día de mi vida de tu valentía, de tu lucha y de lo fuerte que eras, aunque tú nunca lo creyeras.
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