lunes, 9 de marzo de 2020

La fuente

La ventosa y desapacible tarde no invitaba a bajar a aquel parque, ni a pasar las horas muertas viendo a sus vástagos columpiándose. Pero para alguna de aquellas mujeres, eso era mejor que estar en casa volviéndose loca escuchándolos quejarse por todo. Así que se bajaban y ocupaban sus respectivas posiciones en el banco de la esquina. El de siempre, el que permitía lanzar mejor sus cerbatanas. Desde donde criticar a todo su alrededor. Pero en aquel lugar no todo eran risas. En el lado opuesto, junto al tobogán de cantos desgastados, Chayna lloraba desconsoladamente mientras veía a su hijo correr. Él, simplemente corría.

- Mira a aquella. - dijo una de las madres vigías - La chica esa lleva un buen rato hablando sola y llorando.

- Sí, apareció por aquí hace un par de días. –le contestó su amiga- No debe de estar bien. Mira a su hijo, parece desnutrido. A saber lo que le da de comer. 

- A saber… -añadió la primera.

Pero Chayna lloraba. Gimoteaba en la soledad de su banco, agarrada enérgicamente al apoyabrazos y a cierta distancia de aquellas dos personas que la miraban con cara de desconfianza mientras comían pipas y ojeaban sus móviles.

- ¡Uf, no me queda batería! Este teléfono es una mierda. Mi marido va a pillarme uno nuevo por doscientos euros. -dijo una. 

- Cuando llegue a casa aún me toca duchar al niño y hacerme la cena. No tengo ninguna gana. -añadió la otra- ¿Tienes el teléfono de la pizzería?

Problemas cotidianos de aquello llamado "Primer Mundo". Y mientras, Chayna le gritaba a su hijo para que no se acercara a la fuente ni se mojara la ropa.

- Mírala. ¡Le está diciendo que no beba de la fuente! No quiere que beba agua de donde beben nuestros hijos. ¿Pues sabes qué te digo? Que mejor. Que a saber de dónde ha venido esta. Creo que está tocada del ala.

Pero Chayna no lo podía evitar, el proceso de recuperación le estaba resultando largo y doloroso. Afortunadamente, la gente del Gabinete de Salud Mental la mantenía a salvo, a veces con un simple abrazo. Todavía lo tenía muy reciente en su memoria; aunque su acogedora casa verde en la nueva ciudad, junto a otras valientes, le estaba ayudando. Pero aquellas mujeres del parque tenían otras preocupaciones. No se esforzaban en empatizar ni entender. Aunque tampoco tenían del todo la culpa. Seguramente desconocieran que aquella mujer había llegado en cayuco hacía apenas un par de semanas; y que ver ahora correr a su hijo junto al resto de niños le hacía llorar de felicidad. O que, sobre todo, desconocieran que aquella fuente oxidada, y más concretamente aquel chorro de agua fría, le trasladaba al cayuco maltrecho con el que llegaron a la costa de Cádiz, teniendo que tapar con sus propias ropas los agujeros por los que el agua entraba a borbotones en la barca.

Afortunadamente, la mente es fuerte y Chayna podría con aquello.

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