Los oleajes de su mente lo estrechan, aferra su cráneo para espantar a los que habitan allí dentro sin su permiso. No ayuda en absoluto la identificación que hacen de él como un poseído, el loco de atar o que le tengan un pavor absoluto. Le inyectan la enemistad, lo abandonan sin hacer uso de la empatía.
Arturo clava su mirada perdida en un punto del horizonte, para ellos insalvable, para él más cercano que su dedo. No es un adolescente común para los otros, aunque él intenta camuflarse con la ropa que utilizan pese a que le desagrada por su estridencia. El punto que toca en su mano es una estrella diminuta, o así lo percibe para entablar una conversación con un amigo luminoso y que le brinde calor en su corazón. Sus ventrículos gélidos por la no interacción de sus iguales, él necesita de una explosión de llamas afectuosas, por eso le pide ayuda al pequeño astro.
El asteroide le tiende rayos e incluso una llamarada, pero a Arturo le sigue pareciendo indiferente. La pequeña cura, pierde efectos.
Camina el adolescente con la soledad como compañera. Su sombra ejecuta las funciones de paraguas, pues por lo menos le tapa y le guía desde el suelo.
Los delirios van en aumento, un alarido espeluznante corre vertiginoso en su cerebro y lo coloca a escasos centímetros de él. Arturo soporta estoico la visión, aunque tarda poco en retroceder a la par que gritar.
Unos chicos de la escuela le añaden leña al árbol caído:
― ¡Huye del monstruo, Arturo! ¡Es muy grande y peligroso!
Para ellos es una diversión genial la de atormentar a un pobre chico, no se imaginan el sufrimiento de Arturo, no soportan la desigual balanza en su cabeza. El espectro está a punto de tocar al chico con su mano translucida cuando acude la infantería, un chico mayor coloca su cuerpo de parapeto y le dice:
― Tranquilo, Arturo mi escudo nos salva a los dos.
Arturo sonríe al recién llegado, le otorga una defensa, aunque ahora son dos los amenazados por lo que le explica:
―Déjame sólo, sino te atacara y perseguirá a ti.
―Nada de eso, soy el caballero del Sol. Un enviado directo del rey de llamas para destruir toda amenaza.
La cara de Arturo expone la felicidad inmensa de conseguir un aliado tan poderoso, además siente sus deseos cumplidos. El caballero le explica:
― Hazme caso y saldremos de esta. Nuestro abrazo hará la magia. Colócate junto a mí y con nuestro poder arderá. Ya no le hacemos caso, lo ignoramos, esas son las palabras mágicas.
Arturo repite las palabras mágicas, siente la empatía y la comprensión. Su nuevo aliado es un chico que toma los servicios sociales y a Arturo bajo su cobijo, él entiende la fuerza del corazón y la amistad como el mejor medicamento.
Los días cambian abruptamente para Arturo, porque ahora tiene al caballero del Sol como amigo.
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