Voló a estudiar a un país extranjero. Era hija única y el nido se quedó vacío. Antes de partir, dejó escrito un diario de tarjetas de cartón donde novelaba su supuesto futuro. Una manera creativa de despedirse y no romper del todo el vínculo con sus padres. En él, imaginaba sorpresas de colores. Éxitos que la cubrían como envoltorio de regalo. Sueños que se caligrafiaban con letras redondas. El entusiasmo y la ilusión convertido en tinta sobre el papel.
Se olvidó de que existía la soledad. La feroz competencia. La auto-exigencia y la lluvia, mojando con gotas de tristeza las largas jornadas de estudio. Y la depresión vino a verla. Encontró un hueco donde colarse y ocuparlo todo, sin dejar espacio para el alimento del cuerpo ni del espíritu. Nadie vio, o supo ver, que los mordiscos no dados se estaban convirtiendo en dentelladas en el alma. La utopía se vistió de distopía. Porque el destino es tozudo y se encargó de tapar la promesas escritas con el Tipp-Ex de la amargura, borrando cualquier rastro de esperanza.
Fue fundamental verbalizarlo. Vomitar el dolor que estaba consumiendo su salud mental. Buscar apoyo en los amigos y en la familia. Saber que ahí estaban todos para poner el hombro, el oído y las muletas necesarias. Que no habría reproches. Ni frases manidas como "¿Por qué estás así? ¡Si lo tienes todo!", o "¡Venga, anímate!", tan hirientes como improductivas. Y aprender a adivinar con solo un gesto, que la tarde no estaba para fiestas, sino para abrazos y chai latte. Hacer de la paciencia, la calma y el cariño, los baluartes de la lucha. Y buscar ayuda profesional, para guiarse y no naufragar en los momentos caóticos.
Poco a poco. Sin prisas. Y sin triunfalismos. Ella se impuso la tarea de raspar con la cuchilla las palabras ocultas por el Tipp-Ex de la depresión en sus tarjetas de cartón. Quedó al descubierto la palabra "sueños" . Y la notó agarrarse a su mente, quizá un tanto raída, pero con la virgulilla de la ñ indemne. Más tarde, arañó la mancha blanquecina que ocultaba la palabra "ilusión". Y sintió la luz iluminar su interior.
Hubo momentos, a lo largo del proceso, que cubrieron de tristeza blanca algunos conceptos. El avance no era lineal. Surgieron vaivenes y lágrimas que emborronaron voluntades y esfuerzos. Pero ella pasó a la siguiente tarjeta de cartón...
Se entretuvo a conciencia limando sobre "futuro" hasta que logró desvelarlo. Cambió de cuchilla para quitar el montón que enterraba a "vida". Y luego vinieron tantas, algunas bajo una capa dura y reseca, difíciles de rescatar: belleza, vida, risa, entusiasmo, confianza, alegría, paz...
Porque la depresión era tozuda, pero ella más, y no cejó hasta destapar las promesas hechas un día a sí misma, latentes bajo el Tipp-Ex derramado por su enorme sufrimiento psíquico.
Y volvió a ser libre. Sin correctores ni cartón.
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