Estaba disfrutando del espacio de mi intimidad, deleitándome en los recuerdos más selectos de mi vida, cuando sonó el timbre de la puerta.
Oí como acudían a abrir y después de las palabras de un escueto saludo, el sonido de unos pasos de alguien aproximándose a la estancia donde me encontraba.
Yo no me moví, no sentía curiosidad alguna por averiguar de quien se trataba. Invariablemente, dando muestras de su escaso ingenio, intentaban despertar mi atención recurriendo a protocolarias preguntas.
- Hola Miguel ¿Cómo estamos hoy?
Una vez más, la respuesta era expresada por la persona que le acompañaba; seguramente aparte de su diligencia para abrir la puerta, quería demostrar su competencia en otros aspectos.
- Cada vez se encuentra más ausente. La esperanza de que recupere sus facultades es cada vez menor.
- Hay que mantener la esperanza – respondía el experto – No se aprecian lesiones irreversibles, pudiera darse el caso de que cuando menos se espere, experimente una recuperación significativa.
El encargado de velar por mi salud mental, no tenía ni idea de lo que me sucedía, pero tampoco podía admitir el diagnóstico realizado por un profano.
Los comentarios se fueron alejando y de nuevo se oyó el sonido de la puerta al cerrarse.
Recuperada mi situación anímica, me abandoné al capítulo de los recuerdos, para que mi mente me condujera a otra de las dimensiones para las que estaba facultado a acceder.
. Mi entorno estaba constituido por un ilimitado paraíso, dispuesto a ofrecerme un extenso abanico de sensaciones placenteras.
No necesitaba dirigir la mirada hacia la ventana, esperando que algo penetrara por ella, cabalgando sobre la luz que inundaba la estancia. La visita a cualquiera de los lugares del planeta, fascinándome con su colorido y fragancias, al tiempo que disfruto de los sonidos emitidos por sus criaturas y elementos naturales, es un ejemplo sencillo de la multitud de experiencias que continuamente percibo.
No lamento la ausencia de los demás sentidos, que seguramente no se producen debido a su exclusiva relación con el cuerpo, siendo su influencia absolutamente nula en el espíritu.
Tal vez precisamente esa sea la clave, que las personas de mi entorno no acaban de entender; mi interés por todo lo físico ha desaparecido, manteniéndome extasiado por todo aquello que corresponda al espíritu.
Una vez de haber ingresado en ese dominio, toda ligazón con el mundo animal desaparece, distanciándose más cada momento. He comenzado a olvidar a las personas más cercanas y pronto no llegaré a no recordar nada, sintiéndome absolutamente integrado en el fascinante mundo espiritual.
Intuyo que ese será el principio de una serie de existencias que se irán depurando indefinidamente, hasta llegar al ámbito de la perfección.
Mientras tanto, seguiré recibiendo la visita periódica del doctor que analiza mi físico, asegurando que al no existir lesiones irreparables, espera que despierte en cualquier momento; sin llegar a comprender que no padezco de dolencia alguna, simplemente es que me encuentro ausente, sin ninguna intención de regresar.
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