Eres una persona despreocupada, Discreto. Pero no siempre ha sido así. Tú lo sabes. Últimamente te viene a la memoria un recuerdo de cuando eras niño. Es inútil que trates de apartarlo. Mejor te enfrentas a él y luego lo olvidas. Recuerda, eres un niño de seis años. Es viernes y no quieres despertarte. Una sombra pesa sobre ti. No quieres ni pensar en ella. Mejor no salir de la cama. Pero no queda más remedio. Los besos y las cálidas palabras de mamá te ayudan a levantarte. El desayuno, el autobús, las clases, todo pasa sin que merezca tu atención. En el recreo la sombra se hace presencia concreta. Es Ángel, el niño de doce años que debería llamarse Demonio. En la ruta de vuelta a casa. Es un abusón. La monitora de la ruta nunca está atenta y Ángel se mete contigo y con los otros pequeños. Llevas varios días amedrentado tratando de esquivarle y sufres cada minuto pensando en él, pensando en la ruta de regreso. Hasta que ayer se sentó a tu lado. El martirio comenzó enseguida. Tonto fue lo menor que te dijo. Y te dio un pescozón que dolía tanto en el cuello como en el alma. Le hubieses matado, pero tiene el doble tamaño que tú. De modo que aguantaste. Mas todo tiene un límite. Después de arrancar unas hojas de tu cuaderno y romper tu lápiz te dio un nuevo pescozón. Entonces te enfrentaste a él. Le insultaste, gritaste, lloraste mientras Ángel se reía. Los niños de al lado también reían. Los más pequeños, nerviosos y aliviados de que no fuera con ellos. Cuando Ángel iba a vengarse de tus palabras, la monitora anunció tu parada. Empujaste con fuerza las rodillas del grandullón que te impedían el paso y saliste al pasillo. Ya verás mañana, alcanzaste a oír cuando avanzabas hacia la salida. Llevas todo el día pensando en ello y ya llega el momento de coger la ruta. Ángel estará esperándote. Y estás muerto de miedo. También tú, Discreto, adulto. Estás muerto de miedo recordando aquel día. No queda más remedio. Subes al autobús y ocupas uno de los asientos traseros, pegado a la ventana, esperando pasar desapercibido. El temido Ángel aparece y avanza hacia ti mientras disimulas mirando hacia afuera. Esperas y esperas, pero no pasa nada. Te armas de valor, levantas la vista y le ves en el asiento delantero. De momento te has librado. El que no puede decir lo mismo es el pequeño que está al lado de Ángel. Dame tu bocata, ordena Ángel al pequeño. El niño atemorizado saca unas galletas que duran unos segundos en la boca del grandullón. El autobús se pone en marcha y no quieres saber lo que pasa delante, pero no puedes evitar escuchar el gimoteo del pequeño. Los minutos pasan desesperantes y solo quieres que llegue tu parada. Parece que Ángel se ha cansado del pequeño y mira alrededor. Su mirada se detiene en ti. Hombre, el chulito, dice mirándote. Se levanta y se sienta a tu lado. Tienes el corazón a tope. Repite lo de ayer, dice desafiante, vamos, chulito, repítelo. Y cuando parece que el castigo va a comenzar, la monitora anuncia tu parada. Te apresuras y, cuando sales al pasillo, Ángel te propina un tremendo cachete. Pero esta vez no te ha dolido. Corres aliviado a la puerta y abajo ves a mamá esperándote. Ya no tendrás que enfrentarte al energúmeno de Ángel hasta el lunes. Una eternidad. Respira el niño aliviado. Y respira el adulto aliviado. Respiras aliviado, Discreto. Ves, era mejor recordarlo. Ese lunes no pasó nada que mencionar, pero el temor te ha durado todos estos años hasta hoy. Lo has afrontado. Has vencido al recuerdo. Bravo, Discreto.
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