Tendida en el suelo, se preguntaba cómo había vuelto a casa. Gotas de sangre tocaron el frio piso de baldosas blancas, tiñéndolas de un rojo vivo e intenso; aturdida por aquella visión contempló asustada sus manos manchadas de aquel color tan llamativo. Unas voces procedentes de una habitación cercana la sacaron de su inmerso estupor.
Reconociendo aquella voz, empezó a caminar al lugar de donde provenía. Abrió la puerta en silencio, y cubrió su boca al encontrar a su marido sentado en la cama de su hijo, otra vez, como cada maldito día.
No llores, mamá enseguida te estará dando millones de besos – escuchó como decía su amado esposo.
Rota de dolor, se acercó a él.
Amor, tienes que parar – le suplicó con el pecho oprimido por verlo otra hablando a su hijo muerto –. Por favor, tienes que dejarlo ir.
Su marido miró afligido y cansado a la mujer que tanto amaba. Desde aquel fatídico día, no había noche que su hijo no demandara llorando por ella.
El niño entristecido, vio cómo su madre salió de la habitación sin tan siquiera mirarle. No entendía porqué su madre ya no lo amaba.
Papá, mamá ya no me quiere, no me da mis besos.
Sintiendo el dolor de su hijo como suyo, le contestó con un nudo en la garganta.
No estés triste, claro que tu madre te quiere, ella es la persona que más te quiere en el mundo.
¿Y cuándo volverá a estar conmigo?
Eso hijo mío, será cuando se dé cuenta que en el día de tu quinto cumpleaños, decidió con un cuchillo, que debíais morir los dos…
Un año…
Un año ya, que se culpaba de no haber hecho caso a su mujer, de no dar importancia a todos los signos de que su amada estaba sumida en una profunda depresión. Su ego le impedía ver, no cabía en su cabeza que su mujer fuese infeliz.
Que la viese llorar a escondidas, no era preocupante…
Que últimamente no se arreglara, estuviese cansada y no quisiese salir, no veía el problema…
Cuando se enfadaba sin motivo, también era algo normal.
Su mirada triste y apagada, tonterías de las mujeres…
Su ceguedad, pensar que la depresión era algo que no existía, que no era una enfermedad de Salud mental, que solo era la excusa que tiene la gente para ser el centro de atención, sentenció a su familia.
Desde que marcharon, era él el quien estaba atrapado en aquella horrenda enfermedad, ahora le tocaba a él escapar de ella… Y con la misma frialdad que su mujer actuó, decidió acabar con aquel sufrimiento con el propósito de volver a estar juntos.
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