martes, 5 de abril de 2022

Querida Carmen

Querida Carmen:

No soportaba más el silencio de nuestra casa, no escuchar tu risa ni tus enfados, con ese ademán infantil tan tuyo de fruncir el ceño y poner morritos. El sofá parecía más grande sin tu cuerpo acurrucado al mío. Pero lo que menos soportaba es que llegaran las ocho de la tarde y no escuchar el sonido de tu llave en la cerradura al volver de la caminata diaria con tus amigas. Era lo que peor llevaba. Por eso decidí venir, al menos por un tiempo, a nuestra casa del pueblo, esa a la que ya no veníamos casi.

En el pueblo me reencontré con los amigos de siempre y con algo más de paz. Al principio esperaba que sonara el móvil y me llamaras. No aguantabas demasiado sin saber dónde estaba yo. Seguía sin creerme que tu partida era definitiva. Por eso cuando hablaba con la gente del pueblo, utilizaba eufemismos para hablar de tu muerte (qué palabra tan fea, cómo me cuesta aún nombrarla, escribirla).

- Carmen ya partió...

- Desde que Carmen se fue...

Lo acepté casi de golpe después de un tiempo de negación. Fue una mañana al despertar sobresaltado por un sueño. En él, yo quería hacerte el amor, pero estabas muy quieta y tu piel estaba fría, muy fría. Tu cuerpo sin ti. Me puse a llorar sin consuelo, con mucha rabia. Era un enfado con mi suerte, con tu enfermedad que tanto te limitó – y qué poco te quejabas- y con la muerte que terminó con todo.

Estuve un tiempo como enfadado, de pésimo humor. Solo me relajaba salir a pasear con los amigos por el campo, ir a la iglesia cuando no había misa- sabes que nunca fui hombre de ritos, pero sí de recogimiento- y leer gruesas novelas para evadirme del mundo.

Tú que siempre fuiste pura alegría, no hubieras querido verme así. Por eso fui dejando poco a poco ese enfado. Pero luego vino un estado de tristeza y apatía. No sé qué era peor. La chiquillería tocaba a mi puerta para decirme que sus abuelos les habían dicho que había partida de petanca o que iban a ver el fútbol en casa de no sé quién. Sin ganas, me obligaba a ir, arrastrando los pies, imaginando qué dirías tú si me vieras en este estado:

- Anda, gordito, coge tu maletilla de petanca y ve a jugar, que quiero que te distraigas y lo pases bien- qué bien recuerdo tu voz tan suave y envolvente.

Poco a poco he ido aceptando tu partida sin retorno, me he acostumbrado a tu recuerdo. Mi estancia temporal en el pueblo se ha ido alargando. Llevo aquí algo más de un año y poco a poco me voy encontrando resignado, sereno...

Y hoy al pensar en ti, al escribirte esta carta, ya lo hago con una sonrisa. Intentaré ser feliz sin ti. Era lo que siempre me decías.

Hasta siempre,

Tu gordito.

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