miércoles, 13 de abril de 2022

Los cinco espíritus del duelo

Marcos Roncaglia durmió muy mal aquella noche. Apenas conciliado el sueño aparecieron cinco fantasmas, ninguno era el de su amada. Eran los Espectros del Duelo, los conocía al dedillo, su vida era un constante peregrinar entre velorios y cementerios. Se podía decir que estaba maldito.

Encomendó su alma a los dioses y en lugar de solicitar que se esfumaran las visiones, reclamó que actuaran en forma inversa. Odiaba revivir aquellas sensaciones que remitían a sus otros idos. Nefastas, Negación e Ira marchaban al frente. Revertirlas provocó placer. Encontró coherencia en la enfermedad de Martha, admitió la implacable presencia de la muerte y en vez de imaginarla oscura, desgarradora y dentada, se le presentó como una dama transparente, de buenos modales y agradables palabras de consuelo. La idea fue acompañada de una sensación de sosiego al detener el constante ronronear de la conciencia y las fatuas inquietudes con que los mortales solemos flagelar nuestras vidas.

El problema devino con el fantasma siguiente. La Negociación se convirtió en Intransigencia y los avances obtenidos se fueron al garete. Las visiones uno y dos, lo hicieron abrazar la muerte en austero nihilismo. Ahora ni por asomo tenía pensado reconciliarse con la vida.

Para colmo de males, la Depresión, tal vez el mayor y más sombrío de estos monstruos abismales, había dado paso a la Euforia, cuyos efectos, por oposición circular, eran bastante parecidos, si bien simulados por la furia que acompañaba su pensar y su accionar. En esos gestos vehementes y ampulosos, no había esperanza alguna, se trataba de un desborde demencial, no exento de manías agresivas y socialmente peligrosas.

¿Despertaría Roncaglia convertido en una criatura fanática y vengadora? ¿Segaría vidas humanas con el aberrante fin de acompañar en tanática soledad a su inalcanzable prometida?

El quinto fantasma, en invertida ecuación, no era otro que el primero. Aceptación y Negación, únicamente cambiaron su orden. Todo aquel camino largo y tedioso, aunque ahora renovado, caía con fatalidad en la más abyecta desesperanza. Se encontraba desconcertado ante sus propios términos y en cierta forma macabra, negar cada paso de este escalonar renovado, volvía todo a fojas cero, para renovar el círculo a contramano, ahora constante y eterno.

Deseaba que desapareciera esta cruel inversión de roles, de ser necesario pagaría cualquier precio. Fue entonces, como si alguna divinidad piadosa hubiera oído sus plegarias, que sintió el vértigo inconfundible de la salida del letargo.

Pero algo había cambiado.

Se descubrió despierto en el sueño de la muerte, reducido a las incómodas dimensiones de un ataúd recubierto de seda, pudo percibir una audiencia concurrida en el salón de la casa mortuoria. En irreversible silencio descubrió el rostro de Martha, demacrada por el llanto, con la voz quebrada, fiel como siempre, frente al féretro. En medio de tan terribles augures, de adioses y desesperanzas, pudo encontrar leve consuelo en las palabras que su amor pronunciaba entre sollozos:

- ¡Todavía no me creo que hayas muerto!

El duelo había comenzado, tal como siempre debió haber sido.

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