Puedo comprenderlo. Conozco esa sensación de sentirse vivo, con el corazón bombeando sin control y el cuerpo ardiendo como el infierno. Conozco esa sensación de estar viviendo de verdad, pero ya la había olvidado. Empecé a vivir como los demás, y al lado del camino apareció una espesa neblina, tanta que el camino que seguía era solo una soga. Dejé de ver a los lados para no caer, cerré los ojos y confié en la dirección del viento para no caer; me tapé los oídos para no tentarme, para dejar de oír mi corazón morir.
Conocí esa sensación de sentirse vivo, y la recuerdo cada vez que vuelvo a ir en picada, a donde la soga ha llevado.
Todos hablamos de lo mismo, único y especial. Valioso ante nuestros ojos, y basura frente a los otros, nuestros corazones desbocados no son más que soplos para los demás, y nuestras pupilas dilatadas nada menos que drogas. Somos la generación más libre viviendo en cautiverio, encerrados en la presión que trae la libertad, sometidos al deseo de no ser como los demás, encadenados a los sueños que el mundo ha acumulado, y asesinados por nuestra propia capacidad para sobrevivir.
Conocí esa sensación de sentirse vivo, y ahora ya no la recuerdo.
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