martes, 5 de abril de 2022

Lo que vi desde mi ventana

Ayer cumplí tantos años que no recuerdo cuando fue la primera vez que reí, o que tuve un sueño, no encuentro en mi memoria el minuto exacto en el que sentí que se destrozaba mi corazón por primera vez de amor.

Ayer al verme rodeado de todos mis seres queridos (algunos en presencia física) y mirarle a los ojos no supe si se alegraban al felicitarme o me extendían sus congratulaciones como condolencias prematuras para algún Sainete Póstumo, o algo parecido que tampoco distingo si leí en alguna parte o es invención de una mente cansada.

Ayer haciendo balance de lo que ha sido mi vida, o más bien, de lo que han hecho los años conmigo, me doy cuenta de que quizás fui demasiado idealista con relación a la confianza que deposite en este, o aquel político, que fui demasiado confiado en que el futuro me lo comería de un solo bocado porque con veinte-tantos años pensar diferente es contra-natura, estoy seguro que hubiese mejorado muchísimo si hubiese cometido la mitad de los errores que me han arrastrado hasta este minuto, aunque si lo hubiese hecho no existiría tal como soy y estas líneas fueran de otro yo en algún universo paralelo.

Ayer después de apagar la vela del pastel que vino a recordarme que la edad no es solo un número (como muchas canciones nos quieren hacer creer), y que viene acompañada de dulces inquietudes y amargos desencantos. Que trae consigo el sabor ese, que a nadie le gusta probar, sabor a final.

Paneo con la vista sus caras alegres y me transmiten pena. Todos actúan como si me conocieran y trato de ser amable devolviéndoles una mueca parecida a una sonrisa que aceptan como regalo divino.

¿Dónde estará mi familia? ¿Por qué me abran dejado con estas personas que no conozco pero quiero como si las conociese? ¿Dónde estará mi mujer, mis hijos? Tengo tantas ganas de verlos y de abrazarlos, de cargarlos en los hombros y caminar por el mar con ellos, como lo hicimos en las vacaciones pasadas. En este lugar donde el tiempo parece ¨pasar de largo¨ y nunca detenerse ni siquiera a mover las manecillas de un reloj que ha amanecido junto conmigo. He mirado a la luz del sol invadir mi ventana con su impertinencia habitual, pero ahora me pareció tan fría que dude que fuese ese mismo astro por el que todos, justamente ayer, paseaban sus pañuelos por sus rostros.

He oído unos pasos a mis espaldas pero estoy demasiado cansado para voltearme y saber quién es, seguro que uno de los enigmáticos invitados de la celebración de ayer.

El dueño de esos pasos es un hombre de sien plateada que se detiene delante de mí y se arrodilla como para estar a la altura que tengo desde esta silla. Me mira con una calidez que no entiendo pero que agradezco, siempre he confiado en la bondad de los extraños. Pero sus palabras me desconciertan sobre manera.

<![if !supportLists]>- <![endif]>Papa. ¿Te gusto el cumpleaños que te hicimos? No te puedes quejar, trajimos a todo el mundo. Vino hasta mi hermana con sus nietos. ¿Estás cansado? ¿Por qué estás en la ventana con esa luna dándote de frente?

-Papá, papa, ayuda, que alguien me ayude, papaaaaaa.

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