Me vacié por tener que recordarte cuando ayer podía tocarte, me vacié pensando que no era real, nunca hubiese imaginado, ni deseado esa arrebatadora despedida en el muelle.
Me vacié, miré al cielo y no me importó lo lejos que quedaba el agua, nadé y nadé en un extenuante intento por alcanzarte, hasta quedar a merced de las olas.
Me vacié, llegué a la orilla y mis lágrimas eran aún más saladas, la marea tuvo la delicadeza de dejarme mirando hacia las estrellas donde un oscuro universo se abría paso sobre mí, entonces sentí el peso de la ropa mojada sobre mi agotado cuerpo.
Aún vestida, me vi desnuda e inerte, apenas exhalaba resquicios de vida dentro de mi cuerpo.
Sentí una mano en mi hombro y vi como una sombra se arrodillaba frente a mí y me arropaba.
Pude sentir su aliento agitado, sentí su calor corporal aferrándose a mi cuerpo. Por un momento pude sentir que habías vuelto, incluso pensé que nunca te habías ido.
Me vacié al despertar en la cama de una habitación que no era nuestra, donde el juego de luces y el olor a medicamento me aturdían.
Me vacié al recordar que podría haber nadado más rápido, que fue el peso de la ropa lo que me impidió llegar a ti.
Me vacié, lloré tanto que inundé mi mundo, hasta casi ahogarme.
Por momentos me vi sola, en mi isla cada vez más pequeña, donde todo lo poco sobraba, donde tu recuerdo flotaba por encima de mi cabeza.
Me vacié la primera vez que hablé de tú partida, me vacié hablando de toda la culpa que había cargado en mi espalda, me vacié al hablar de la perdida y también cuando hablo del reencuentro que vivimos bajo mi pecho.
Me vacié, hasta que entendí que toda aquella agua solo ponía tierra de por medio.
Me vacié, porque si destruía mi corazón, no encontrarías un oasis en aquel mar que me inundaba.
Me vacié para que vivas en mí, me vacié porque solo tú podías llenar mi corazón.
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