viernes, 28 de febrero de 2020

Manuel de segundo


Primera parte. Locura.

No existía. Juan Lo sabía, porque se lo había dicho muchas veces MJ, la doctora que lo trataba en el centro de salud mental, y él quería creerla. Ella nunca le mentiría. Aquella voz que oía, a la vez tan dentro de su cabeza como fuera, rodeándolo, no podía ser real. Pero por más que se esforzaba no lograba disiparla. Los medicamentos la habían acallado durante un tiempo, pero había vuelto, aunque más distante, menos sonora. Y ahora no era solo una voz.

El hombre que siempre había habitado en su cabeza, Giuseppe, había sido conocido en vida como Pio XII, pero él lo llamaba por su nombre de pila, a pesar de la santidad de su cargo. Tantos años juntos habían hecho crecer entre ellos cierta confianza. Ahora se le presentaba ante él, en aquel frío amanecer, en medio de aquel campo perdido que él recorría como alternativa ineficaz al pertinaz insomnio que lo asolaba.

Estaba a unos cien metros, de pie, esperándolo, vestido enteramente de blanco, con la cabeza al descubierto, en la cual solo conservaba un poco de pelo níveo en la parte posterior, y con la mirada fija en él, mientras estiraba los brazos, reclamándole.

Debería sentir miedo, pensó mientras se acercaba al fantasma de un papa que se reencarnaba ante él, pero no era así. Cada vez podía escucharlo con más nitidez, repitiéndole "Tú...eres tú…", con voz trémula, casi inaudible a través del silencio de aquel amanecer grisáceo, en medio de ninguna parte. Qué poco locuaz, para lo que solía ser Su Santidad. Se emocionó al pensar que estaba a punto de tocar la piel del que tanto le había hecho sufrir, por culpa del cual le habían llamado loco, trastornado, ido. Ahora todo el mundo sabría que era real, que estaba ahí, y que él no era un esquizofrénico, como todo el mundo pensaba. Lo arrastraría al mundo. Les haría ver la verdad.


Segunda parte. Vejez.

Frío. Mucho frío. ¿Dónde estoy? ¡Mamá! ¿Dónde está mi madre?... Qué frío. ¿Por qué estoy aquí? Me han dejado solo. Malos. Tengo que ir a trabajar. Las obras. Tengo cien obras a mi cargo. Se me hace tarde. Me voy a hacer polvo la cabeza. Son muchas obras. Muchos obreros. Tengo cien obras. No recuerdo nada ¿Qué hago aquí? ¡Papá! ¡Eres tú! ¡Ya vienes! ¡Estoy aquí! ¡Papá! Tengo frío. Ven a por mí. Tengo miedo. ¡Eres tú! ¡Eres tú!


Tercera parte. Lucidez.

A un metro de distancia ya no parecía tan imponente. ¿Dónde estaban los ropajes de papa de Giuseppe? El amanecer llenaba cada vez más de claridad lo que antes había sido neblina. Aquel no era su Giuseppe.

-Don Julio, ¿Se ha perdido?

-¡Papá!

El anciano lo abrazó con desesperación, emitiendo un llanto sin consuelo. Juan lloró también, como hacía años que no lo hacía. Estuvieron fundidos así durante un minuto, calmando mutuamente sus terrores.

-Vamos. Le llevaré a su casa. Estará helado.

-Ya no.

Ahora podría dormir.

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