jueves, 27 de febrero de 2020

El barco de todos


Me llamo Victoria y dentro de una semana debo entregar un reportaje sobre salud mental para el periódico en el que trabajo. Durante mi carrera en medios de comunicación, he tenido que cubrir varios reportajes relativos a la enfermedad mental con un altísimo grado de estupor.

Llamar loco, perturbado o desequilibrado a un enfermo mental. Subrayar el estado de una persona afectada por esta problemática para crear un texto amarillista sin fundamento alguno. Mezclar sin ningún tipo de conocimiento varias patologías. Y, lo que no deja de ser terrible, optar por la compasión para hablar de personas con sentimientos.

Mi jefe considera que todo reportaje sobre salud mental tiene que centrarse en la peligrosidad e impredecibilidad de los pacientes. Cuando hace un tiempo le dije que mi hermano Iván era una persona discapacitada y que acudía desde hace años a un centro especializado tuvo que callarse la boca. Desde entonces, me encarga a mí los reportajes que él denomina "sensibles" porque piensa que les daré un toque del que él carece.

Si tuviese una varita mágica crearía un mundo sin padecimiento ni desigualdad donde solo importara el ser. Un lugar donde sus habitantes estuvieran en paz consigo mismos y ayudasen al que sufre por ser diferente. No solo le ayudarían, se pondrían en su lugar y asumirían su diferencia como propia.

Es lo que yo llevo haciendo toda mi vida con mi hermano Iván y lo que mis padres me han inculcado…

Perfilaré el reportaje estableciendo un paralelismo entre algunos de los grandes genios de la historia, como Munch, Van Gogh e incluso Churchill, aquejados de algún tipo de enfermedad mental, y nuestros pequeños genios del día a día, como mi hermano Iván.

La clave es la normalización. Así que empezaré de ese modo el reportaje.

A lo largo de mi vida, desde mi mismo núcleo familiar, he vivido la enfermedad mental en primera persona. Ha marcado el modo en el que pienso y en el que actúo. En mi opinión, lo ha hecho para bien. El enfermo mental no es un proscrito, sino una persona que merece ser amada, aceptada y entendida y que, como un boomerang, proporciona una visión de la vida muy enriquecedora a quien está a su lado.

¿Qué pasa conmigo? Me pregunto en que estadio me sitúo yo, en qué nivel. No tengo nada de especial ni de lumbreras, pero mucho de inconsciente y de tonta. Dedico demasiado tiempo a pensar sobre mí misma, a analizarme. Conozco muy bien la teoría, pero jamás la pongo en práctica.

Iván tiene un diagnóstico. Yo, no.

Él sabe ser feliz a su manera, yo me hundo a mí misma constantemente. Requiere mucho valor coger al toro por los cuernos para ponerse la vida por montera.

Mi hermano se la pone. Yo, no.

¿No tendría una enfermedad mental con lo que acabo de describir?


Así que asumamos que todos estamos en el mismo barco. Ese será el subtítulo de mi reportaje. Seguro que le gusta a mi jefe…


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